Si echamos la vista atrás podemos ver que el mundo de las Ciencias, en general, ha proporcionado a la historia del ser humano cientos de brillantes ejemplos de querer saber más y mejor, genios que dedicaron gran parte de sus vidas a cuestionar lo que parecía incuestionable y que hoy bien se podría resumir en una frase de D. Antonio Escohotado «quien busque lo conocido, no busca el conocimiento».
Salvando muchísimas distancias que nos separan de eso trata esta nueva publicación, de cuestionar y de poner en duda lo que ya conocemos, de proponer nuevas respuestas a viejos problemas, de plantear preguntas distintas mediante el estudio y análisis de la información histórica intentado hallar «algo» en ella que nos ayude a entender más y mejor.
Abajo, al final de esta publicación, se han utilizando algunas variables distintas relativas a violencia de género, seguridad social, inmigración, ocupados, detenidos, población, vivienda, etc. parcialmente cruzadas con otras en cada uno de los 15 gráficos creados a través de los resultados que facilita nuestro Banco de Datos privado, un catálogo de información almacenada y estructurada que proporciona una representación formal y veraz de una parte del mundo real, España, y la cual, debidamente analizada combinando docenas de variables diferentes, puede darnos nuevas líneas de investigación con el objetivo de proponer más y mejores decisiones.
El Demonio de Laplace aparece por primera vez en el ensayo filosófico sobre determinismo científico y libre albedrío «Essai philosophique sur les probabilités» de Pierre-Simón Laplace, astrónomo, físico y matemático francés (1749-1827). Ese intelecto imaginario al que se alude en la obra determina la evolución de los procesos de manera que todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá pueda ser predicho analizando la causa de origen, es decir, que si todo lo que vamos a hacer está ya determinado por la posición y velocidad de nuestras partículas y de las partículas que nos rodean, el libre albedrío no podría existir.
Todos los fenómenos de la naturaleza son sólo los resultados matemáticos de un pequeño número de leyes inmutables
Estaba convencido de que absolutamente todos los fenómenos de la naturaleza, incluido el comportamiento humano, obedecían las leyes de Newton y que si tuviéramos una capacidad de cálculo ilimitada basada en aquellas leyes sobre mecánica newtoniana podrían explicarse y predecirse, a partir de ellas, las conductas de todos los organismos y su evolución.
La Ciencia y ante tal abrumadora teoría se ha encargado de buscar algunas salidas por medio de la Mecánica Cuántica o la Teoría del Caos, entre otras, diciendo que aunque las ecuaciones de Newton pudieran determinar el futuro es imposible resolverlas con precisión y que por lo tanto hacer una predicción con total exactitud incluso en un sistema 100% determinista es no computable, argumentando además que un pequeño cambio en los datos a los que aplicamos nuestras leyes de la física puede generar una situación final totalmente distinta [sistemas caóticos – El Efecto Mariposa].
Pero da igual que un demonio así no exista. Lo realmente importante es que hace más de 200 años una mente brillante expusiera que se podía conocer el devenir de todo lo que ha existido, existe y existirá, que todo estaba escrito y decidido, que nuestra sensación de que podíamos elegir o cambiar de opinión era pura ilusión.
Y aunque no parezca posible la existencia de algo o alguien con tales capacidades sobrehumanas como el Demonio de Laplace ninguna teoría podrá negar algo evidente y es que detrás de cada molécula, partícula y átomo, detrás de cada persona y de cada cosa, de cada elemento que forma parte de este Universo siempre habrá un mismo y común denominador: datos e información de valor.
Las preguntas más importantes de la vida, de hecho, no son en su mayoría más que problemas de probabilidad
Laplace también ejerció de estadista desarrollando la “Teoría Analítica de las Probabilidades”, exponiendo los principios de la geometría del azar y el análisis matemático en el estudio de fenómenos aleatorios, incidiendo nuevamente en que todo estaba perfectamente determinado y considerando que el azar era simplemente «la ignorancia de cómo están determinados los sucesos», trabajos e investigaciones que junto con los de Euler y LaGrange supusieron palabras de elogio incluso del mismo Poisson «(…) creamos, pues, que un tema que llamó la atención de semejantes hombres es digno de la nuestra e intentemos añadir algo a lo que ellos encontraron en una materia tan difícil y tan interesante».
Hoy, un par de siglos después, muchos físicos de renombre propugnan un mundo con un sustrato anárquico y desordenado del que surgen procesos estructurados funcionando de acuerdo a una ley, como el físico estadounidense David Bohm (1917-1992) quien decía que la casualidad, en las infinitas combinaciones que puede generar, puede ser que en un momento determinado genere procesos que dejen de ser casuales y sigan una ley precisa. Y no debía tratarse de un físico más puesto que de él Einstein llego a decir «Es el único que puede ir más allá de la mecánica cuántica».
Vemos, por lo tanto, el importante papel de la casualidad: si le damos suficiente tiempo hace posible y de hecho incluso inevitable todo tipo de combinaciones de cosas. Con toda seguridad llegará un momento en el que ocurrirá una de esas combinaciones que ponen en marcha procesos irreversibles o líneas de desarrollo que sustraen el sistema de la influencia de fluctuaciones casuales; así, uno de los efectos de la casualidad es ayudar a agitar las cosas de tal manera que permitan el inicio de líneas de desarrollo cualitativamente nuevas
Quizás todo lo que exista y ocurra en este Universo siga unas reglas y patrones a los que se encuentran sujetos todos los organismos y nuestra especie, seres que basamos muchas sino todas nuestras decisiones diarias unas veces en función de creencias, valores o costumbres y otras a través de hábitos, intereses o tradiciones. Todas esas decisiones conforman nuestra conducta y comportamiento y aunque aun parezcan del todo impredecibles algún día nos resultarán menos imprevisibles si una de las máximas inquietudes del ser humano, intentar predecir el comportamiento de lo que nos rodea, nos empuja también a intentarlo para con nosotros mismos.
A la pregunta del ¿Cómo? ofreceremos nuestra visión profesional en la próxima publicación web que tratará sobre la recomendable e incluso necesaria intervención de múltiples profesionales de ramas distintas y teniendo, como eje central de todas esas actividades, el uso de los datos para la prevención e identificación de riesgos algo que actualmente utilizamos, por ejemplo, en materia de Compliance – Cumplimiento Normativo.
Ahora bien, esa misma inquietud que a día de hoy parece llevarnos por determinados caminos en los que destaca la Inteligencia Artificial y la computación evolutiva y junto a ellas uno de sus mayores exponentes, los algoritmos genéticos, inspirados en los procesos de la evolución biológica bajo premisas tipo «si la evolución es evidente que ha funcionado, imitarla, también lo hará», debe partir de una condición inexcusable: si de humanos tratan las conductas que se intentan predecir que sean los propios humanos quienes las analicen y más allá de cuantos avances técnicos, mecánicos o tecnológicos nos depare el futuro.
¿Qué son los algoritmos genéticos?
Se tratan de algoritmos cuya pretensión inicial era explicar los procesos de los sistemas naturales mediante la utilización de ideas de comportamiento biónico y con el fin de replicar sus mecanismos en sistemas artificiales, ahora bien, en los últimos años y si buceamos algo más en este campo, encontraremos nuevas definiciones para los algoritmos genéticos y evolutivos que seguramente nos resultarán tanto o más inquietantes que aquella antigua pretensión formulada a través del intelecto imaginario creado por Laplace.
Los algoritmos genéticos son algoritmos de búsqueda basados en mecanismos de selección y genética natural, combinando la supervivencia de los más compatibles entre las estructuras de cadenas con una estructura de información ya aleatorizada, intercambiada para construir un algoritmo de exploración con algunas de las capacidades de innovación de la búsqueda humana
En definitiva, si lo que se pretende es utilizar máquinas creadas por los humanos para estudiar a otros seres humanos desde un punto de vista del aprendizaje, la optimización o la clasificación, no podemos olvidar que ni somos el Demonio de Laplace ni nunca seremos el Ojo o la Mano de ningún Dios. Debemos mirar al pasado y aprender, estudiar los hechos, analizar los datos e intentar conjeturar sobre el futuro con la esperanza de que no cambie demasiado cada vez que procuramos observarlo desde el presente.